Los SC están convencidos de que nada pueden, si no están unidos a Jesucristo. Invocan al Espíritu que los ilumina y les da fuerza día tras día. (Art. 25 PVA Estilo de oración)
Pero hay un paso más. No sólo imitamos a Cristo en su oración, o en el modo de dirigirse a su Padre, o de incluir la preocupación misionera en la oración, o de conjugar trabajo y oración. Además, le sentimos presente en nuestra oración, o nosotros presentes a la suya. No sólo oramos como Cristo, sino que lo hacemos con Él hoy y aquí.
Cristo Jesús, como Señor Resucitado, ahora en su existencia definitiva y pascual, sigue orando. Alaba a su Padre e intercede continuamente por nosotros. Sigue ejerciendo su Sacerdocio, su papel de Mediador ante el Padre. Por una parte, «Cristo Jesús, el Sumo Sacerdote, cuando tomó la naturaleza humana, introdujo en este exilio terrestre aquel himno que se canta perpetuamente en las moradas celestiales» (Se 83).
Pero ahora, cuando con su Humanidad ha sigo glorificado y está en la existencia definitiva, «resuena en el corazón de Cristo la alabanza a Dios con palabras humanas de adoración, propiciación e intercesión: todo ello lo presenta al Padre, en nombre de los hombres y para bien de todos ellos, el que es príncipe de la nueva humanidad y mediador ante Dios» (IGLH 3). Está «siempre vivo para interceder por nosotros» (Heb. 7,25).
Nuestra oración no es sólo nuestra. Es oración con Cristo: «Él une así a toda la comunidad humana, de modo que se establece una unión íntima entre la oración de Cristo y la de todo el género humano» (lGLH 6), Y de una manera especial asocia a sí a los que formamos parte de su Cuerpo, la Iglesia. No sólo nos dio ejemplo de oración hace dos mil años, sino que hoy es Él el Orante supremo. No se le ve. No se le oye.
Pero está con nosotros, o mejor, nosotros nos unimos a Él en su oración. Cuando nos convocan a vísperas, no es que nosotros tomemos la iniciativa de rezarle a Dios. La iniciativa la tiene siempre Cristo, que está en actitud de oración, y nosotros nos unimos a Él y rezamos con Él: concelebramos vísperas con Él. Los salmos que cantamos resuenan primero en el Corazón del Señor Resucitado, y luego en el nuestro. Las alabanzas las cantamos nosotros, pero el que las eleva hasta Dios, haciéndolas suyas, es Cristo Jesús, así como las súplicas y preces que suenan en nuestra oración. El solista es Él: nosotros, su coro.
Como dice el Concilio, nuestra oración de las Horas es así «la voz de la misma Esposa que habla al Esposo: más aún, es la oración de Cristo con su Cuerpo al Padre» (Se 84). «Es necesario, por tanto, que mientras celebramos el oficio, reconozcamos el eco de nuestras voces en la de Cristo y la voz de Cristo en nosotros.
Nuestra oración recibe su unidad del corazón de Cristo» (PABLO VI, "Laudis canticum"). Eusebio de Cesarea afirmó que "Cristo habla por nosotros, nosotros somos sus labios y su lengua». O como decía san Agustín, "nuestro Salvador Cristo Jesús es el que ora por nosotros, ora en nosotros y es invocado por nosotros. Ora por nosotros como sacerdote nuestro, ora en nosotros por ser nuestra cabeza,... reconozcamos, pues, en Él nuestras propias voces y reconozcamos también su voz en nosotros» (cf. IGLH 7).
Esta es una perspectiva que da a nuestra oración de las Horas una profundidad y una densidad únicas. En ella Cristo asocia a su comunidad a su propia oración de alabanza y de intercesión por la humanidad. Así nos convertimos en el "sacramento del Cristo orante». Como en otros momentos somos signos expresivos del Cristo pastor o guía o médico o maestro.
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