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viernes, 1 de julio de 2011

La Liturgia de las Horas Celebrar mejor Laudes y Vísperas - ** Orar como Cristo **

Los SC sostienen el propio apostolado con la oración (Art. 12 PVA).

El mejor maestro de nuestra oración es Cristo. No basta que nos preguntemos qué es orar, o cómo podemos orar, o por qué es necesaria la oración en nuestra vida. Tenemos que descubrir cómo oraba Jesús. El es el modelo viviente, tanto para la caridad, la evangelización y la fidelidad como para la oración.

"El Hijo de Dios, hecho Hijo de la Virgen, aprendió a orar conforme a su corazón de hombre. Y lo hizo de su Madre, que conservaba todas las maravillas del Todopoderoso y las meditaba en su corazón. Lo aprende en las palabras y en los ritmos de la oración de su pueblo, en la sinagoga de Nazaret y en el Templo. Pero su oración brota de una fuente secreta distinta, como lo deja presentir a la edad de los doce años: yo debo estar en las cosas de mi Padre. Aquí comienza a revelarse la novedad de la oración en la plenitud de los tiempos: la oración filial, que el Padre esperaba de sus hijos, va a ser vivida por fin por el propio Hijo único en su humanidad, con los hombres y a favor de ellos" (Catecismo 2599).

El evangelio nos habla repetidamente de cómo rezaba Jesús. Muchas veces ora en la sinagoga o el Templo, con los salmos y oraciones heredadas de su pueblo. O con sus discípulos, antes de las comidas y en la cena pascual. Otras, se retira al desierto, o al monte, a rezar personalmente. Hay momentos importantes de su misión en que se nos dice que se puso a orar o pasó la noche en oración: cuando fue bautizado en el Jordán, o cuando iba a elegir a los doce, o en la transfiguración, o cuando resucitó a Lázaro. A veces la oración le sale llena de alegría, como cuando se deja contagiar del entusiasmo de los discípulos a la vuelta de su misión (Lc 10,21). Pero hay otros momentos dramáticos, como el de Getsemaní o la cruz, en que la oración le sale como un grito de dolor o de protesta.

La oración de Jesús va unida a la vida: adora y se entrega al Padre con toda su vida y, sobre todo, con su sacrificio en la Cruz. Y a la vez este culto existencial se hace palabra en su oración.

La oración de Jesús, según los evangelios, va dirigida, ante todo, a Dios como Padre. Le llama, varias veces, "Abbá", Padre (papá). Se siente plenamente identificado con Él. SU oración es a veces de alabanza y otras de súplica, pero siempre de entrega y disponibilidad, de confianza filial y de diálogo. Es una oración que brota de la comunión que tiene con el Padre, y está movida íntimamente por el Espíritu Santo: "lleno de alegría en el Espíritu, exclamó: yo te bendigo, Padre...» (Lc 10,21). Este aspecto vertical de su oración es el que más recalca el evangelio de Juan.

A la vez su oración se acuerda de su misión entre los hombres. No sólo ora como Hijo, sino como Apóstol. Le preocupa la salvación de todos, no sólo cuando predica y cura y atiende a la gente, sino también en el momento en que está orando. La oración no le aísla de su trabajo. Es oración comprometida en el cumplimiento de la misión que le ha encomendado Dios. Es el aspecto de su oración que subraya más la carta a los Hebreos, el horizontal: Cristo identificado con sus hermanos los hombres, pidiendo a Dios -por ejemplo en su última cena- que dé a todos la verdad, la vida y la alegría plena.

La oración brota de lo que uno es. Oramos lo que somos. En Cristo, la oración brota de su plena identificación con el Padre y de su plena entrega al Reino, a la salvación de la humanidad. Es un doble amor que se convierte espontáneamente en oración.

Es admirable, además, cómo compaginó Jesús la oración con la acción y la entrega vital a los demás. En una vida activa y densa como la suya, dio un espacio amplio a la oración. No sólo en su retiro de cuarenta días en el desierto, sino, ya en medio del trabajo mesiánico, cuando todos le buscan, Él consigue tener espacios de soledad para orar a su Padre. Para Él no hay oposición entre oración y caridad. Su predicación y su entrega misionera tiene su motivación y se alimenta precisamente en su unión con el Padre. Un mismo impulso de Hijo y Apóstol le lleva a identificarse con Dios y con los hombres: a orar y a trabajar.

Imitar esta oración de Cristo es fundamental para nuestra vida cristiana y de apóstoles. Igual que en su tiempo Él enseñó a rezar a sus discípulos (“maestro, enséñanos a orar”), también para nosotros es el Modelo por excelencia, en el que espejarnos a la hora de adoptar las actitudes que debemos cara a Dios y cara a los demás (ver los hermosos números -2599 al 2615- que el Catecismo de la Iglesia Católica dedica a la oración de Jesús).

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